sábado, 14 de mayo de 2011

40 son demasiado

Al cruzar la puerta del Teatre Victoria escuchamos la inconfundible voz de Alaska con el clásico A quién le importa, que se intensifica mientras nos acomodamos en nuestras butacas de la fila 5. Un DJ, situado en el lateral superior del escenario, anima a los asistentes con otros clásicos y no tan clásicos, invitándonos a aplaudir, bailar e iniciar la fiesta de los 40 Principales. Con las palomitas en la mano no puedo bailar, ni aplaudir, y obviamente tampoco cantar, así que me dedico a observar a un publico que más bien parece que esté de fiesta en un local posh de Barcelona un sábado por la noche que no en un teatro del paralelo un martes a media tarde.

Espero a que se apaguen las luces. Cuando esto ocurre se hace el silencio. Unas sombras bailan detrás del telón que asciende lentamente hasta el techo. Esas sombras se convierten en los cuerpos de los bailarines y bailarinas que se mueven al ritmo de la música ochentena que les acompaña en la coreografía. Como también les acompaña su espantoso atuendo… por suerte mi memoria selectiva ha sido capaz de borrar de mi mente el recuerdo de cuando yo también vestía así.

En el escenario, Joaquín, licenciado en ciencias de la información, nos presenta a sus amigos, con sus virtudes y sus defectos, a través de su radioblog. Mateo, su hermanastro arrogante e irresponsable; Sara, la novia de Mateo y el amor platónico de Joaquín, a pesar de que se niegue a admitirlo; Alex, la perro flauta de la función, bohemia y despreocupada, totalmente opuesta a su hermano David, meticuloso, escrupuloso, hipocondríaco y maniático obsesivo-compulsivo; Chema, abogado, tímido, formal y… virgen hasta el matrimonio por decisión de su novia Laura, la marimandona del grupo. El último personaje se descubre unas escenas más tarde. Es Arturo, el padre de Alex y David, sin duda el personaje más auténtico de todos, que aporta un toque de dramatismo y muchas carcajadas al espectáculo.

De izquierda a derecha: Alex, David, Mateo, Sara, Chema y Laura


La trama gira en torno a la vida de estos veinteañero, una historia tan simple como recurrente, sin ninguna particularidad remarcable. No es más que el transcurrir de los  días de estos jóvenes mientras se enfrentan a los nuevos retos y desafíos en el trabajo, con la emancipación, con la enfermedad y en las relaciones interpersonales. Valores como la amistad, la lealtad, la honestidad están presentes durante las casi 3 horas de duración, pero sobretodo las relaciones de amor. Sí, una comedia romántica musicalizada…

Son unos 100 temas, completos o no, mayoritariamente del pop español de las últimas dos décadas. Canciones populares, como Al partir (Nino Bravo), Bienvenido (Miguel Ríos), Amante Bandido (Miguel Bosé), La chica de ayer (Nacha Pop), Siete Vidas (Antonio Flores), Quien me ha robado el mes de abril (Joaquín Sabina)… Canciones modernillas como Besos (El Canto del Loco), Nada fue un error (Coti), Las de la intuición (Shakira), Tenía tanto que darte (Nena Daconte), A dios le pido (Juanes)… Los guionistas han tenido la consideración de contentar al público catalán con el Boig per tu de Sau, y el Bon dia de Els Pets, este último tema insertado un poco con calzador, aunque no de forma tan descarada como Lady Gaga, que no entiendo muy bien el  sentido de su Bad Romance con la trama y el ritmo de la historia, más bien repleta de canciones ñoñas que no de temas y artistas transgresores. Aun y así se agradece un poco de música internacional, (que es lo que nos venden con la entrada), porque el Let me out, aunque sea en inglés, es del grupo madrileño Dover.

Como era de esperar, casi todo acaba bien. Los actores saludan al público que está de pie y no se cansa de aplaudir. El espectáculo ha finalizado. Reconozco que me lo he reído y lo he pasado bien, soy así de simple… y de crítica, porque a lo largo de la representación no he dejado de fijarme en el vestuario, a veces demasiado colorido, a veces demasiado llamativo, a veces demasiado simple; el decorado extremadamente simple, y es que seguro que Beyoncé tiene mejor escenario para sus conciertos de una noche del que tiene este espectáculo que lleva meses en la parilla cultural de la ciudad; los bailarines directamente salidos del programa Fama, ¡a bailar!; y, obviamente los desafines de los actores principales, (por supuesto alguno de ellos procedente de la academia de OT), difícilmente inevitables al compaginar el canto con las coreografías. Así pues, reafirmo lo que ya sabía: los musicales no me gustan. Prefiero cada género en su sitio: los actores en el teatro, los bailarines en los escenarios y los músicos en los conciertos.

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